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17 HIPPIES

¡Viva San Mateo!

por Álvaro Sánchez R.- LOGROÑO

«Cheli te quiero/ Cheli yo te adoro/ Como la salsa del pomodoro ». Un despiporre de músicas se apoderó en la noche del miércoles de las más de 2.000 afortunadas almas que acudieron al Palacio de los Deportes. 17 Hippies se metieron al auditorio en el bolsillo con una música vital, tierna y emocionante, fiesta patronal en los Cárpatos.

La charanga de altura protagonizada por estos berlineses bregados ya en más de 1.000 conciertos y 7 discos amenizó al personal con una banda de trece tipos prendidos de dos violines, dos acordeones, trompeta, trombón de varas, guitarras, lo que parecía un buzuki griego, una minúscula guitarrita -como las de juguete- tipo charango argentino Jugando con la polka, chanson o rumba, como una banda de folklore dirigida por Kurt Weil, los Violent Femmes, Mussorgsky y Taburete. Incontrolables, con el eco alegre del -ma-ra-vi-llo-so- clarinete quedándose siempre el último, en plan gallito, creando una música en la que la alegría y la melancolía de vivir son una misma cosa que provoca a un tiempo la lágrima o el brinco bullanguero.

BULLICIO. Los 17 hippies invitaron al público a sentarse en el suelo y tararear sus melodías.
FOTOS: SERGIO ESPINOSA

Y muy majos. Una panda de tipos con camisas arrugadas como del Chavicar, calaveras o símbolos pop, que cuentan que cuando se juntaron la mitad de ellos no sabían leer música, que unos provenían de la música tradicional, otros del jazz, otros de la clásica Y que, 1.000 conciertos más tarde -y colaboraciones con Marc Ribbot o Calexico- y 7 discos después, guiándose sobre todo por la intuición, han inventado el sonido ‘Kulturbrauerei’ en Berlín, igual que otros inventaron el dixieland.

Con un público feliz, coreando improvisadamente, y las bromas de la acordeonista. «Nos dijeron ‘No podéis ser alemanes: os divertís en el escenario’. Lo somos, y lo pasamos en grande!». Con su rumba de ‘Sarah Sina’ o la francesa ‘Marlene’, con paradas lentas y delicadas o garabatos de clásica. O experimentando con un serrucho psicodélico, a lo Pascal Comelade, en espontánea síntesis de lo popular y lo culto.

Pero el delirio llegó cuando la orquesta bajó del escenario a juntarse al público, haciéndole sentar a ritmo de ‘pasodoble’ cíngaro. Y, entre cantos improvisados, surgió la versión alemana de un clásico popular «... Como la salsa del pomodoro/ Ay Mustafá/ Y si con una te quieres casar/ Conquístate primero a su mamá». Y, en mitad de la apoteosis, a alguien le salió un «¿Viva San Mateo!». Y todos comprendimos que en mitad de aquel bullicio hubiera desentonado un trompetilla de las Gaunas, como un elemento más de esa paleta de colores «paneuropeos».

Pero a la fantástica noche de Actual -la mejor hasta el momento- aún le quedaban más sorpresas. Durante la actuación del dj turco Mercan Dede -’pollito de Estambul’- una mujer permanecía inmóvil, de rodillas, en un extremo. De pronto, como si la poderosa rítmica de la darbuka y la sensual flauta ney ejercieran sobre ella un encantamiento, se levantó y comenzó a girar sobre sí misma. Con la falda volando alrededor del cielo púrpura creado por la iluminación, las manos y la mirada en equilibrio, la bailarina Mira Burke giró y giró sobre sí durante 20 minutos, ante un público que se debatía entre la belleza plástica y musical del rito y la preocupación de que «a la pobre chica le diera algo». Fue una adaptación moderna de la danza de los derviches, los místicos del Islam, hasta el siglo pasado perseguidos a muerte en Turquía -todavía lo son en países como Argelia-, que simboliza la unión de cielo y tierra, y en la que, al final, al danzante le parece que la tierra se mueve mientras él permanece quieto: un estado de meditación al estilo del zen o budismo. La explicación la dieron los amables Teodoro Montoya, profesor de música en Ausejo y Jose Antonio Úbeda. «Nos gusta el Actual como es ahora: de estar basado en el pop y el rock a las músicas del mundo», dijeron. Por si fuera poco, la música de Dede sumergió a los asistentes en un encantamiento en el que, una vez más, el embrujo de los gitanos de la cabra y la tonada del ‘Paint it black’ de los Rolling Stones manaron de una fuente común.

Poco tiempo quedó ya para emocionarse con los a priori más populares Transglobal Underground. Pegajosos y bailables, como unos Happy Mondays del raggaemuffin. Pero la cosa pintó bien, excepto cuando la mujer descalza abusaba del sitar y se ponía ‘progre-shiva’. Lo suyo fue un set hipnótico, moderno y cachondo. Lo dicho: una noche multicolor y sandunguera. Un interrail mundial con pañuelo de fiesta y verbena.

 
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